martes, 15 de abril de 2014

La importancia del agua y su contaminación. Segunda parte

Las mejoras en el abastecimiento de agua y la invención del wáter closet sólo contribuyeron a transferir el problema a otros espacios e intensificar el hedor habitual debido al aumento de la concentración de materia en descomposición. Aunque ahora ya se podía limpiar las alcantarillas con agua (en Inglaterra, a partir de 1815 era legal conectar los wáter closets a los arroyos superficiales, y fue obligatorio desde 1847), con esto simplemente se consiguió convertir los ríos en alcantarillas a cielo abierto que transportaban todos los productos de desecho que se iban descomponiendo lentamente.


Caricatura publicada en la revista satírica Punch el 21 de julio de 1855 sobre la contaminación del río 
Támesis que ocasionó en el verano de 1858 lo que se conoce como el Gran Hedor de Londres

En Londres las alcantarillas desembocaban en el Fleet, río que vertía sus contenidos al Támesis, donde se dejaba que la basura flotase arriba y abajo con la marea en el centro de la ciudad. Semejantes condiciones favorecían la aparición de todo tipo de enfermedades hídricas, en especial el cólera y el tifus. En 1858, la peste era tan intensa que tuvieron que desalojar los escaños de la Cámara de los Comunes, dejando a la ciudad sin gobierno. Muchas compañías de agua aún tomaban el suministro del  Támesis. En 1853, cuando la Compañía de Agua Lambeth empezó a sacar el agua de una parte del rio por encima de la zona más contaminada, el índice de muertes de la zona a la que abastecía descendió del 130 por 1.000 al 37 por 1.000. Este descenso llamó entonces la atención de John Snow, médico real, que investigaba por entonces los aspectos epidemiológicos del cólera. Sus conclusiones acerca de la relación entre la enfermedad y las condiciones ambientales fundaron la moderna epidemiología.

Los problemas relacionados con las aguas residuales y el abastecimiento de agua no se redujeron a proporciones tolerables hasta fines del siglo XIX, con la aparición del tratamiento de las aguas residuales, mejores servicios sanitarios en el hogar  y un mayor número de instalaciones públicas conectadas a los sistemas de alcantarillado subterráneo, junto con las plantas de purificación y tratamiento del agua.


El problema de la contaminación del agua potable está estrechamente relacionado, como ya hemos comentado, al de la contaminación por la presencia de residuos sólidos en el espacio urbano de todas las sociedades sedentarias. Este problema se agudizó especialmente con el advenimiento del capitalismo y en los inicios de la sociedad industrial. Como es habitual, muchos procesos que implicaron su solución estallaron generando otros de mayor magnitud.

Las moscas atraídas a este ambiente también eran una gran molestia, y no sólo por el contacto sino porque son transmisores de otras enfermedades. En 1830 se calculaba que los animales producían unos tres millones de toneladas de estiércol en las calles de los pueblos británicos, y la mayor parte de él no se vendía a los granjeros, sino que simplemente se amontonaba en pilas putrefactas y malolientes. El gran incremento del tráfico tirado por caballos durante el siglo XIX agravó considerablemente la situación, de tal forma que, hacia 1900, alrededor de diez millones de toneladas de desechos animales se depositaban cada año en las calles británicas. La mayoría de los caballos eran sometidos a un intenso trabajo, pocos duraban más de dos años y muchos morían en las calles. En 1900, Nueva York tenía que retirar cada año de sus calles 15.000 caballos muertos, y en 1912 Chicago tenía que ocuparse de 10.000 al año.
Parada de coches de caballos en Madrid a finales del siglo XIX

Como anécdota sencilla se puede relatar la frase utilizada en el mundo del espectáculo para desear suerte a un artista “mucha mierda”. Esto tiene su origen en la asistencia de público a los teatros. Antiguamente, el espectador se desplazaba en coche de caballo, luego cuanta más “mierda” procedente de las caballerías se  acumulaba en las entradas de los teatros, indicación inequívoca de más público y mayor éxito.


Todos los procesos industriales originan productos de desecho, muchos de los cuales son peligrosos para la vida en determinadas concentraciones. La contaminación de las primeras fases de la industria y la minería se conocen por muy diversas fuentes, pero su incidencia fue limitada y sus efectos normalmente estuvieron muy localizados mientras la producción industrial se mantenía a una pequeña escala. Entre las primeras actividades industriales que produjeron una contaminación significativa estaban la minería y el refinado de metales como el oro (que normalmente requiere el uso de mercurio, sumamente tóxico) y el plomo. Aunque la dependencia de las primeras industrias respecto de la energía humana, animal, hidráulica y eólica hizo que los consumos de energía fuesen en gran medida no contaminantes, los productos de desecho de estas industrias producían numerosos agentes contaminantes, particularmente en las corrientes de agua. 


El curtido de las pieles de buey, vaca y ternero y el curtido en blanco de las pieles de ciervo, oveja y caballo producían grandes cantidades de ácidos, cal, alumbre y aceite que, junto con restos de las pieles, normalmente se arrojaban al río o al arroyo local.  Otras industrias, como las destilerías, necesitaban agua limpia y se quejaban regularmente sobre la contaminación que se producía en la parte alta de la corriente, aunque también las destilerías vertían sus residuos al rio. También, industrias como el tinte del algodón y el refinado del azúcar contaminaban el agua, y ya en 1582 las autoridades holandesas tuvieron que ordenar a los blanqueadores de hilo que no vertiesen sus residuos a los canales, sino que usasen canales de vertido independiente.

La fase de industrialización concentrada que comenzó a fines del siglo XVIII trajo consigo una revolución en la envergadura, la intensidad y la variedad de contaminantes vertidos a la atmósfera. El uso del carbón para abastecer de combustible al masivo aumento de la producción industrial, particularmente de hierro y más tarde de acero, constituyó la espina dorsal de la primera revolución industrial.  Durante el siglo XIX,  el consumo mundial de carbón se multiplicó por cuarenta y seis y la producción de hierro se multiplicó por sesenta, lo que inevitablemente provocó, dada la ausencia de todo intento serio de controlar las emisiones, grandes incrementos en la cantidad de contaminación. La combustión del carbón produce humo y dióxido sulfúrico, y la fundición de metales, junto con el resto de los primeros procesos industriales, particularmente la fabricación de productos químicos, produce grandes cantidades de diversos gases y residuos perjudiciales para el medio ambiente. La primera revolución industrial creó zonas de contaminación concentrada y de degradación medioambiental: paisajes arruinados por los gases tóxicos que arrojaban las chimeneas, enormes escoriaciones de materiales de desecho, corrientes de agua llenas de un cóctel de residuos industriales y destrucción de la vegetación en todas las zonas circundantes. Las personas tenían que vivir y trabajar en estas condiciones.

Aparte de emitir contaminantes a la atmósfera, las industrias también vierten sus residuos líquidos a los ríos. Los ríos llevaban siglos recibiendo aguas residuales y basura; lo nuevo no fue este uso, sino la concentración de contaminación industrial procedente de fábricas construidas justamente a orillas de cursos de agua para poder liberarse con mayor facilidad de sus desechos. Estas fábricas producían un potente cóctel de productos químicos tóxicos que destruía la mayor parte de la vida y convertía a los ríos en factores de riesgo para la población humana. Casi todos los ríos de las áreas industrializadas de Europa y Norteamérica se usaron durante el siglo XIX como prácticos vertederos para todas las formas de residuos industriales. Durante el siglo XX, la mayoría de los países industriales han introducido alguna forma de regulación de la contaminación del agua y el aire por parte de las industrias. Pero la contaminación no se ha detenido.

A mediados del siglo XX se empieza a advertir que la contaminación no era sólo un problema nacional, sino internacional. De hecho, algunas de las medidas adoptadas para limitar la contaminación nacional resultaron ser medios sumamente eficaces para exportar el problema. Las visiones ingenuamente optimistas de que los contaminantes se dispersasen con el viento o las olas rápidamente quedaron sin soporte, al utilizar todos los Estados nacionales el mismo método. Un buen ejemplo del desarrollo de un problema internacional de contaminación es la historia de la lluvia ácida, que está directamente relacionada con procesos industriales básicos como la quema de combustibles fósiles y la producción de metales.

El fenómeno de la lluvia ácida se detectó por primera vez en la década de 1850 en Manchester, uno de los centros de la industrialización británica, y lo explicó con cierto detalle uno de los primeros inspectores británicos de la contaminación, Robert Smith, en su libro “Ácido y lluvia”, publicado en 1872. AI principio, con las chimeneas bajas de la mayoría de las fábricas y centrales energéticas, la lluvia ácida era un fenómeno localizado alrededor de los principales centros industriales. Pero el consumo de combustibles fósiles y la expansión de la producción industrial, junto con la equivocada política de construir chimeneas muy altas (en un intento de reducir los niveles de contaminación local dispersando los contaminantes), ha convertido a la lluvia ácida en un problema mundial presente tanto en las inmediaciones de los centros industriales del mundo como en otras zonas donde ha llegado llevada por el viento.  

La contaminación industrial no sólo afecta la salud de los obreros industriales. También contribuye significativamente a la mala salud de la población en general, especialmente en las sociedades muy industrializadas. Las condiciones de las primeras ciudades industriales con sus altos niveles de contaminación causados por el uso generalizado de la combustión del carbón y por metales pesados del aire, junto con otros contaminantes, produjeron  horribles condiciones de vida y tasas de mortalidad muy altas. En Manchester, en la década de 1840 casi el 60 por ciento de los niños de clase obrera morían antes de cumplir cinco años (el doble que en las áreas rurales).


La contaminación emergente, que en la actualidad está costando tantos quebraderos de cabeza a los actuales responsables de la gestión del agua y su relación con la nueva contaminación, la dejaremos para un nuevo libro….


1 comentario:

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