Las mejoras en el abastecimiento de agua y la
invención del wáter closet sólo contribuyeron a transferir el problema a otros
espacios e intensificar el hedor habitual debido al aumento de la concentración
de materia en descomposición. Aunque ahora ya se podía limpiar las
alcantarillas con agua (en Inglaterra, a partir de 1815 era legal conectar los
wáter closets a los arroyos superficiales, y fue obligatorio desde 1847), con
esto simplemente se consiguió convertir los ríos en alcantarillas a cielo
abierto que transportaban todos los productos de desecho que se iban
descomponiendo lentamente.
Caricatura publicada en la revista satírica
Punch el 21 de julio de 1855 sobre la contaminación del río
Támesis que
ocasionó en el verano de 1858 lo que se conoce como el Gran Hedor de Londres
En Londres las alcantarillas desembocaban en
el Fleet, río que vertía sus contenidos al Támesis, donde se dejaba que la
basura flotase arriba y abajo con la marea en el centro de la ciudad.
Semejantes condiciones favorecían la aparición de todo tipo de enfermedades
hídricas, en especial el cólera y el tifus. En 1858, la peste era tan intensa
que tuvieron que desalojar los escaños de la Cámara de los Comunes, dejando a
la ciudad sin gobierno. Muchas compañías de agua aún tomaban el suministro
del Támesis. En 1853, cuando la Compañía
de Agua Lambeth empezó a sacar el agua de una parte del rio por encima de la
zona más contaminada, el índice de muertes de la zona a la que abastecía
descendió del 130 por 1.000 al 37 por 1.000. Este descenso llamó entonces la
atención de John Snow, médico real, que investigaba por entonces los aspectos
epidemiológicos del cólera. Sus conclusiones acerca de la relación entre la
enfermedad y las condiciones ambientales fundaron la moderna epidemiología.
Los problemas relacionados con las aguas
residuales y el abastecimiento de agua no se redujeron a proporciones
tolerables hasta fines del siglo XIX, con la aparición del tratamiento de las
aguas residuales, mejores servicios sanitarios en el hogar y un mayor número de instalaciones públicas
conectadas a los sistemas de alcantarillado subterráneo, junto con las plantas
de purificación y tratamiento del agua.
El problema de la contaminación del agua
potable está estrechamente relacionado, como ya hemos comentado, al de la
contaminación por la presencia de residuos sólidos en el espacio urbano de
todas las sociedades sedentarias. Este problema se agudizó especialmente con el
advenimiento del capitalismo y en los inicios de la sociedad industrial. Como
es habitual, muchos procesos que implicaron su solución estallaron generando
otros de mayor magnitud.
Las moscas atraídas a este ambiente también
eran una gran molestia, y no sólo por el contacto sino porque son transmisores
de otras enfermedades. En 1830 se calculaba que los animales producían unos
tres millones de toneladas de estiércol en las calles de los pueblos
británicos, y la mayor parte de él no se vendía a los granjeros, sino que
simplemente se amontonaba en pilas putrefactas y malolientes. El gran incremento
del tráfico tirado por caballos durante el siglo XIX agravó considerablemente
la situación, de tal forma que, hacia 1900, alrededor de diez millones de
toneladas de desechos animales se depositaban cada año en las calles
británicas. La mayoría de los caballos eran sometidos a un intenso trabajo,
pocos duraban más de dos años y muchos morían en las calles. En 1900, Nueva
York tenía que retirar cada año de sus calles 15.000 caballos muertos, y en
1912 Chicago tenía que ocuparse de 10.000 al año.
Parada de coches de caballos en Madrid a finales del siglo XIX |
Como anécdota sencilla se puede relatar la
frase utilizada en el mundo del espectáculo para desear suerte a un artista
“mucha mierda”. Esto tiene su origen en la asistencia de público a los teatros.
Antiguamente, el espectador se desplazaba en coche de caballo, luego cuanta más
“mierda” procedente de las caballerías se
acumulaba en las entradas de los teatros, indicación inequívoca de más
público y mayor éxito.
Todos los procesos industriales originan
productos de desecho, muchos de los cuales son peligrosos para la vida en determinadas
concentraciones. La contaminación de las primeras fases de la industria y la
minería se conocen por muy diversas fuentes, pero su incidencia fue limitada y
sus efectos normalmente estuvieron muy localizados mientras la producción
industrial se mantenía a una pequeña escala. Entre las primeras actividades
industriales que produjeron una contaminación significativa estaban la minería
y el refinado de metales como el oro (que normalmente requiere el uso de
mercurio, sumamente tóxico) y el plomo. Aunque la dependencia de las primeras
industrias respecto de la energía humana, animal, hidráulica y eólica hizo que
los consumos de energía fuesen en gran medida no contaminantes, los productos
de desecho de estas industrias producían numerosos agentes contaminantes,
particularmente en las corrientes de agua.
El curtido de las pieles de buey, vaca y
ternero y el curtido en blanco de las pieles de ciervo, oveja y caballo
producían grandes cantidades de ácidos, cal, alumbre y aceite que, junto con
restos de las pieles, normalmente se arrojaban al río o al arroyo local. Otras industrias, como las destilerías,
necesitaban agua limpia y se quejaban regularmente sobre la contaminación que
se producía en la parte alta de la corriente, aunque también las destilerías
vertían sus residuos al rio. También, industrias como el tinte del algodón y el
refinado del azúcar contaminaban el agua, y ya en 1582 las autoridades
holandesas tuvieron que ordenar a los blanqueadores de hilo que no vertiesen
sus residuos a los canales, sino que usasen canales de vertido independiente.
La fase de industrialización concentrada que
comenzó a fines del siglo XVIII trajo consigo una revolución en la envergadura,
la intensidad y la variedad de contaminantes vertidos a la atmósfera. El uso
del carbón para abastecer de combustible al masivo aumento de la producción
industrial, particularmente de hierro y más tarde de acero, constituyó la
espina dorsal de la primera revolución industrial. Durante el siglo XIX, el consumo mundial de carbón se multiplicó
por cuarenta y seis y la producción de hierro se multiplicó por sesenta, lo que
inevitablemente provocó, dada la ausencia de todo intento serio de controlar
las emisiones, grandes incrementos en la cantidad de contaminación. La
combustión del carbón produce humo y dióxido sulfúrico, y la fundición de
metales, junto con el resto de los primeros procesos industriales,
particularmente la fabricación de productos químicos, produce grandes
cantidades de diversos gases y residuos perjudiciales para el medio ambiente.
La primera revolución industrial creó zonas de contaminación concentrada y de
degradación medioambiental: paisajes arruinados por los gases tóxicos que
arrojaban las chimeneas, enormes escoriaciones de materiales de desecho,
corrientes de agua llenas de un cóctel de residuos industriales y destrucción
de la vegetación en todas las zonas circundantes. Las personas tenían que vivir
y trabajar en estas condiciones.
Aparte de emitir contaminantes a la
atmósfera, las industrias también vierten sus residuos líquidos a los ríos. Los
ríos llevaban siglos recibiendo aguas residuales y basura; lo nuevo no fue este
uso, sino la concentración de contaminación industrial procedente de fábricas
construidas justamente a orillas de cursos de agua para poder liberarse con
mayor facilidad de sus desechos. Estas fábricas producían un potente cóctel de
productos químicos tóxicos que destruía la mayor parte de la vida y convertía a
los ríos en factores de riesgo para la población humana. Casi todos los ríos de
las áreas industrializadas de Europa y Norteamérica se usaron durante el siglo
XIX como prácticos vertederos para todas las formas de residuos industriales.
Durante el siglo XX, la mayoría de los países industriales han introducido
alguna forma de regulación de la contaminación del agua y el aire por parte de
las industrias. Pero la contaminación no se ha detenido.
A mediados del siglo XX se empieza a advertir
que la contaminación no era sólo un problema nacional, sino internacional. De
hecho, algunas de las medidas adoptadas para limitar la contaminación nacional
resultaron ser medios sumamente eficaces para exportar el problema. Las
visiones ingenuamente optimistas de que los contaminantes se dispersasen con el
viento o las olas rápidamente quedaron sin soporte, al utilizar todos los
Estados nacionales el mismo método. Un buen ejemplo del desarrollo de un
problema internacional de contaminación es la historia de la lluvia ácida, que
está directamente relacionada con procesos industriales básicos como la quema
de combustibles fósiles y la producción de metales.
El
fenómeno de la lluvia ácida se detectó por primera vez en la década de 1850 en
Manchester, uno de los centros de la industrialización británica, y lo explicó
con cierto detalle uno de los primeros inspectores británicos de la
contaminación, Robert Smith, en su libro “Ácido y lluvia”, publicado en 1872.
AI principio, con las chimeneas bajas de la mayoría de las fábricas y centrales
energéticas, la lluvia ácida era un fenómeno localizado alrededor de los
principales centros industriales. Pero el consumo de combustibles fósiles y la
expansión de la producción industrial, junto con la equivocada política de
construir chimeneas muy altas (en un intento de reducir los niveles de
contaminación local dispersando los contaminantes), ha convertido a la lluvia
ácida en un problema mundial presente tanto en las inmediaciones de los centros
industriales del mundo como en otras zonas donde ha llegado llevada por el
viento.
La contaminación industrial no sólo afecta la
salud de los obreros industriales. También contribuye significativamente a la
mala salud de la población en general, especialmente en las sociedades muy
industrializadas. Las condiciones de las primeras ciudades industriales con sus
altos niveles de contaminación causados por el uso generalizado de la
combustión del carbón y por metales pesados del aire, junto con otros
contaminantes, produjeron horribles
condiciones de vida y tasas de mortalidad muy altas. En Manchester, en la
década de 1840 casi el 60 por ciento de los niños de clase obrera morían antes
de cumplir cinco años (el doble que en las áreas rurales).
La contaminación emergente, que en la
actualidad está costando tantos quebraderos de cabeza a los actuales
responsables de la gestión del agua y su relación con la nueva contaminación,
la dejaremos para un nuevo libro….
Y la primera no ay
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