Introducción
A lo largo de la historia de la humanidad, si
ha habido algo importante en relación con el agua, ha sido su propiedad y la
cantidad, más vinculado a usos recreativos, lúdicos, de alimentación y como
fuente de energía. La calidad es algo que ha importado mucho menos y cuando ha
empezado a tener relevancia ha sido por temas o daños sectoriales que no por
otros criterios ambientales. De todas formas, es muy interesante hacer un
análisis de cómo ha evolucionado el control de calidad tanto en el
abastecimiento como en el saneamiento.
Uno de los aspectos importantes a tener en
cuenta a la hora de elegir el lugar apropiado para fundar una ciudad era la
disponibilidad de agua y el grado de pureza de la misma. Lo ideal era que en el
lugar hubiese dos ríos, uno para tomar agua limpia para uso doméstico, y otro
para evacuar la sucia. Una única corriente fluvial entrañaba un alto riesgo de
contaminación del agua potable y obligaba generalmente a buscar manantiales y
otros ríos próximos para captar el agua y conducirla mediante acueductos.
La contaminación tiene una larga historia. La
producción de desechos ha sido una de las características distintivas de la
humanidad. Durante miles de años la lucha se centró en las medidas sanitarias,
y el principal reto fue la obtención de suministros de agua sin
contaminar. Estos problemas se
agudizaron a medida que aumentó el número de habitantes, surgió la vida urbana
y se modificó el patrón de asentamiento de la mayoría de las culturas.
La contaminación estaba básicamente
localizada, en las primeras etapas del desarrollo urbano, en un asentamiento, un río cercano al espacio
urbano. Los intentos de controlar la contaminación son tan antiguos como el
propio problema, pero la respuesta normalmente siempre ha llegado tarde y ha
sido inadecuada. La contaminación siempre ha ido inmediatamente por delante a
la aparición del ser humano.
El abastecimiento de agua tiene dos problemas
estrechamente relacionados: la necesidad de garantizar la cantidad y la
calidad. Los grupos dedicados a la
recolección y la caza buscaban el agua en los arroyos y en los manantiales,
cuya ubicación a menudo condicionaba los lugares donde acampaban, y al
desplazarse de forma bastante regular normalmente evitaban grandes problemas de
contaminación. La formación de sociedades sedentarias convirtió en esencial la
existencia de un suministro fiable de agua, y la mayoría de los asentamientos
crecieron alrededor de un arroyo, de un manantial o de un pozo.
La aparición de ciudades en el norte y el
oeste de Europa a partir del siglo XI provocó el mismo tipo de problemas que se
habían encontrado en las ciudades del Mediterráneo y el Próximo Oriente miles
de años antes. A principios del siglo XII
el Támesis ya estaba contaminado, y en 1236 se llevó agua por primera
vez a Londres procedente del manantial de Tyburn, mediante un sistema basado en
tuberías de plomo. Otras ciudades también tendieron tuberías para el agua, pero
la mayoría de ellas vehiculizaba el agua mediante un sistema de simples troncos
de árbol ahuecados (un método que aún se empleaba en la isla de Manhattan en el
siglo XIX).
Tubería de agua de Manhattan |
En 1610 se fundó la Compañía de Río Nuevo para abastecer de agua a
Londres mediante tuberías, con el fin de reemplazar el agua cada vez más
deteriorada del Támesis. Otras empresas privadas que abastecían de agua a la
capital siguieron sacando agua sin depurar del Támesis, y la primera planta de
depuración se construyó recién en 1869.
En París, en el siglo XVIII, 20.000 aguadores
distribuían el agua por la ciudad utilizando cubos. A mediados del siglo XIX,
de las 70.000 casas que había en el centro de Londres 17.000 se abastecían
directamente de sus propios pozos y el resto con tubos verticales instalados en
la calle, aproximadamente uno por cada veinte o treinta casas, que normalmente
servían agua durante una hora diaria dos o tres días por semana.
Hasta la aparición de instalaciones para el
tratamiento de agua durante la última parte del siglo XX, prácticamente ninguna
ciudad del mundo había conseguido mantener sus reservas de agua limpias y sin
contaminar por desechos humanos y por otras basuras. Se tenía la continua
práctica de arrojar residuos de todo tipo a arroyos y ríos (y ocasionalmente al
mar), con la esperanza de que el agua se los llevase a otra parte. El fracaso
de estas prácticas era síntoma de un fracaso más general en la búsqueda de
formas satisfactorias de eliminar los desechos humanos y otros tipos de basura
acumulados por todas las sociedades sedentarias.
Como la población no tenía retretes propios
se limitaban a usar cualquier espacio disponible. En el siglo XIV, en la misma
París, “...una hilera de tejos de las
Tullerías servían de aseo al aire libre, y cuando las autoridades alejaron de
allí a la gente se limitaron a usar el Sena. Las calles de la ciudad también
estaban llenas de excrementos de animales,
de animales muertos, de desperdicios y de los despojos de las
carnicerías. Se sacrificaban unos 300.000 animales al año, y los despojos y
esqueletos se dejaban pudrir en las calles y en los arroyos. En septiembre de
1366 se obligó a los carniceros de París a salir de la ciudad y usar un arroyo
rural para librarse de sus desechos”.
Sin embargo, esta modalidad de eliminación de
desperdicios solucionaba la presencia de basuras en ámbitos domésticos y
públicos, pero generaba otros. El principal inconveniente de usar excrementos
humanos como fertilizantes (o de usar los canales de irrigación como desagües
de aguas servidas, práctica muy habitual en toda Latinoamérica en la
actualidad, pero que ya se hacía en Egipto y en la Mesopotamia) es la
transmisión de terribles enfermedades intestinales. En China, antes de las
políticas de saneamiento de la Revolución Popular, más de la mitad de la
población padecían parásitos intestinales, y en 1948 una cuarta parte de todas
las muertes producidas ese año se debieron a enfermedades de origen fecal.
Recogiendo basura en el Madrid de principios del S.XX |
No hay comentarios:
Publicar un comentario