Texto de Elianne Ros 31/05/2015. La
Vanguardia
En el 2030, la
población mundial se prevé que sea de unos 8.500 millones de personas y, si la
humanidad mantiene el mismo tren de vida, el déficit de agua dulce del planeta
alcanzará el 40%, según el informe de las Naciones Unidas sobre los recursos
hídricos, hecho público el pasado marzo en Nueva Delhi. Todo nuestro sistema
vital y económico gira en torno a un recurso natural limitado. Maximizarlo y
gestionarlo de forma eficaz constituye el gran desafío del siglo XXI.
Cada vez que abrimos el grifo, tiene lugar un pequeño milagro. Detrás
de este gesto tan cotidiano hay mucho más que un chorro de H2O (elemento
compuesto de dos átomos de hidrógeno por uno de oxígeno) en estado líquido. El
agua es el sistema sanguíneo de este planeta; un ciclo natural sobre el que la
actividad humana ejerce una enorme presión. “La cantidad de agua dulce en la
Tierra hoy es prácticamente la misma que en la época en que César conducía el
imperio romano. Pero en los últimos 2.000 años, la población ha pasado de 200
millones a más de 7.200, y la economía mundial ha crecido aún más rápidamente
(desde 1960, el producto interior bruto se incrementó un promedio de un 3,5%
anual). La conjunción de la demanda de alimentos, energía, bienes de consumo y
agua para esta gran empresa humana ha requerido un elevado control sobre el
agua”, resume Sandra Postel, directora de la organización estadounidense Global
Water Policy Project.
“Hay muy poca agua en el planeta azul”, constata Elías Fereres,
catedrático de la Universidad de Córdoba que ha desempeñado numerosos cargos
relacionados con la agricultura y la ecología. Fereres se refiere a que, pese a
que el 70% de la superficie de la Tierra está cubierto de agua, apenas un 1% es
dulce, al margen de la atrapada en forma de hielo en los casquetes polares y
glaciares. Sobre este 1% no sólo reposa nuestra principal fuente de vida, sino
el motor del mundo desarrollado. “El agua tiene tanto valor que no tiene
precio, la clave de su uso está en obtener el máximo aprovechamiento de ella
sin incrementar las desigualdades económicas, sociales y ambientales”, razona
el catedrático.
¿Dónde radican estas desigualdades? “El despegue en términos de
población y crecimiento económico sucedido en los años cincuenta fue
propulsado, en gran parte, por la ingeniería del agua: embalses para
almacenarla, canales para desplazarla, bombas para extraerla del subsuelo.
Desde 1950, el número de embalses ha pasado de 5.000 a 50.000. Se construyeron
una media de dos al día en medio siglo. En la mayor parte del mundo, el agua ya
no circula siguiendo físicamente el proceso natural, sino de acuerdo con la
voluntad del hombre”, subraya Postel.
El agua dulce en
la Tierra es la misma que en la época del imperio romano, pero la población ha pasado de 200 millones a más de 7.200, y la economía mundial ha crecido aún
más
–representa el 20%– y el uso doméstico –el 10% restante– en gran parte del globo. Pero el incremento de la demanda, debido en gran medida al desarrollo de los países emergentes, está rompiendo un equilibrio que ya es muy precario. “Se prevé que en el 2030 el mundo tendrá que enfrentarse a un déficit del 40% de agua en una situación climática en que todo sigue igual”, alerta el último informe de las Naciones Unidas (ONU) sobre los recursos hídricos.
Su autor, Richard Connor, lamenta la “escasa importancia” que los
gobiernos otorgan al agua, extendiendo la idea de que se trata de un bien común
inagotable. “Es un servicio esencial para el crecimiento, pero la gente no
tiene esta percepción. En cambio, la energía sí se ve como un factor económico
de primer orden e incluso geopolítico para la seguridad de un país, por lo que
recibe mucho más apoyo. Relegar el agua en la acción política es un error que,
al final, se paga caro y compromete el desarrollo”, argumenta.
Los acontecimientos han dado la razón a aquellos científicos que, como
Postel, auguraron que “el agua será para el XXI lo que el petróleo ha sido para
el siglo XX”. Si el llamado oro negro es tan codiciado
–hasta el punto de provocar conflictos bélicos–, se debe a que sus reservas son finitas y no están en manos de todos. Lo mismo sucede con el agua dulce una vez alcanzado un volumen de demanda superior a su capacidad de regeneración, lo que se define como estrés hídrico.
–hasta el punto de provocar conflictos bélicos–, se debe a que sus reservas son finitas y no están en manos de todos. Lo mismo sucede con el agua dulce una vez alcanzado un volumen de demanda superior a su capacidad de regeneración, lo que se define como estrés hídrico.
Alexandre Taithe, responsable de la Fundación para la Investigación
Estratégica y experto en las interacciones entre al agua y la energía, dibuja
un panorama inquietante. “En los países de la ribera sur y este del
Mediterráneo –advierte–, los poderes públicos han optado por soluciones
consistentes en aumentar el agua disponible. Esta política, tanto si ha
recurrido a la desalinización del agua del mar como a la explotación de los
acuíferos o a los trasvases masivos, tiene un coste energético muy elevado”.
Según sus cálculos, en el 2025, la demanda de electricidad para el
abastecimiento de agua de estos países representará cerca del 20% del total que
precisan los estados. Hoy supone el 10%. La desalinización, presentada a veces
como la panacea para combatir la escasez, es el sistema que más energía devora.
No todo el mundo se lo puede permitir. Arabia Saudí, el país con mayor
capacidad de producción, genera 5,5 millones de metros cúbicos al día. Pues
bien, para obtener esta cantidad consume el equivalente a 350.000 barriles de
petróleo diarios.
La desalinización
tiene un elevado coste energético: para obtener 5,5 millones de metros cúbicos
de agua al día, Arabia Saudí consume el equivalente a 350.000
barriles de petróleo
A su vez, la fabricación de electricidad y la extracción de
combustibles fósiles precisan de grandes cantidades de agua. Por ejemplo, según
Taithe, en Francia el 60% del caudal de los ríos se destina al proceso de
enfriamiento de las centrales térmicas y nucleares. Hay que decir que Francia
es el segundo país en producción de energía atómica del mundo y que esta agua
–en principio no contaminada– se devuelve a las cuencas y los lagos… con
algunos grados de más, lo cual favorece la proliferación de algas y reduce la
población de peces. En el ciclo del agua, todo está interrelacionado. Cualquier
manipulación del orden natural tiene efectos colaterales.
La extracción de gas de las capas más profundas mediante la
fracturación hidráulica, el fracking, se lleva la palma. Gracias a
esta tecnología, Estados Unidos ha impulsado su economía y cambiado el
equilibrio geopolítico, puesto que ya no depende del petróleo árabe. Pero para
perforar cada uno de los más de 500.000 pozos en activo –muchos de ellos, en
zonas con estrés hídrico– se necesitan entre 75 y 180 millones de litros de
agua, mezclados con unos 36 kilos de productos químicos, algunos de ellos
cancerígenos.
Sacrificamos el agua –y la salud– en el altar de la economía. A escala
mundial, las cifras sobre el incremento de la demanda son mareantes: en el
horizonte del 2050, mientras la demanda de agua dulce crecerá un 55%, la de
electricidad experimentará un alza ¡del 70%! Y eso, teniendo en cuenta que el
acceso no es universal. Unos 800 millones de personas están alejadas de una
fuente de agua limpia y 1.300 millones carecen de conexión eléctrica. Para
Taithe, la creciente necesidad de energía para obtener agua supone “un
obstáculo de primer orden para el desarrollo de muchos países y un riesgo para
su seguridad energética”.
¿Hasta qué punto el agua puede conducir a una escalada bélica? Taithe
recuerda que para los pueblos este recurso “es algo irracional” que
históricamente ha originado tensiones y sigue siendo “centro de tensión
diplomática”. A su juicio, los estados tienen más interés en cooperar –se han
firmado 250 tratados multinacionales–, pero otros expertos auguran que “las
guerras del futuro serán por el agua”. Para Connor, ese futuro ya está aquí.
Sostiene que la gran sequía que sufrió entre el 2006 y el 2009 la región de la
antigua Mesopotamia, que provocó una subida radical del precio del trigo, y por
tanto de la harina y el pan, tuvo un papel clave en la guerra de Siria. Como
consecuencia de la sequía, 1,5 millones de personas emigraron de las zonas
rurales a unas ciudades que ya estaban sometidas a fuertes presiones, cuando
empezaron a cuajar las protestas contra Bashar el Asad.
Connor observa la misma relación causa-efecto entre la sequía,
acompañada de grandes incendios, que asoló Rusia en el 2010 y las primaveras
árabes. “Rusia es el gran proveedor de trigo de los países árabes, y como
apenas pudo exportar, el precio de la harina se duplicó, lo que generó
descontento social”, resume. Sin este malestar, ¿las movilizaciones
prodemocracia habrían recabado tanto apoyo? Connor cree que no.
Las grandes
sequías en Mesopotamia y Rusia han tenido un papel clave en las guerras de
Siria y las ‘primaveras árabes’, según Richard Connor, autor del informe de la
ONU
En la ribera sur del Mediterráneo, los focos de tensión se
multiplican. La construcción en Etiopía de la gran presa del Renacimiento ha
provocado un enfrentamiento con Egipto, que se opone a la obra porque asegura
que afectará al caudal del Nilo y se agravarán sus problemas de abastecimiento.
“En los pocos lugares donde aún se pueden construir embalses el
impacto ecológico es demasiado negativo. Hay que pensar otras soluciones”,
opina Fereres. En India y en el nordeste de China los agricultores han
encontrado una alternativa en la extracción de agua del subsuelo. Una actividad
subvencionada que ha llevado el progreso a muchas regiones, pero no sin
consecuencias. La venta de bombas eléctricas o diésel para extraer el agua se
ha disparado en los últimos años (se calcula que en China funcionan 20
millones, y en India, 19 millones), lo cual eleva el consumo de energía. En
algunas regiones representa entre el 35% y el 45% del total.
Taithe relaciona este fenómeno con “los gigantescos cortes de
electricidad que, en julio del 2012, dejaron sin corriente a 670 millones de
personas en el noreste de India”. Señala que ese año, los monzones fueron menos
lluviosos de lo normal, y las autoridades cedieron a la presión de los regantes
para superar las cuotas de electricidad –entre seis y ocho horas diarias–
dedicadas a bombear el agua. La vetusta red eléctrica no lo
resistió.
El investigador juzga tanto o más preocupantes los efectos ecológicos:
“Hay un sentimiento de abundancia engañoso –afirma–. Cada vez hay que ir a
buscar el agua a zonas más profundas, donde se encuentran las bolsas de agua
fósil, se trata de capas geológicas no renovables, como en las que se halla el
petróleo”. Según el informe de la ONU, el 20% de los acuíferos de la Tierra
está siendo sobreexplotado. “Estamos consumiendo hoy el agua de mañana”,
previene Postel.
Al aumento de la población y la presión que ejercen los países
emergentes sobre las reservas de agua, se añade el calentamiento global del
planeta. “En periodos de grandes inundaciones los recursos hídricos parecen no
tener fin, pero después vienen largas sequías, la escasez vuelve a ser el gran
motivo de preocupación. Esta bipolaridad se está acentuando en la región
mediterránea. Esto es el cambio climático”, describe Maite Guardiola, ingeniera
geóloga especializada en aprovechamiento del agua con amplia experiencia en
proyectos humanitarios.
“Hay suficiente
agua para satisfacer las crecientes necesidades del mundo, pero no sin
cambiar la manera de gestionarla”, sostiene el informe de la ONU
En Brasil –que posee la mayor cuenca hídrica del mundo, el Amazonas–,
la falta de agua ha obligado a racionar el suministro de São Paulo, una ciudad
que ilustra el problema que plantea el crecimiento incontrolado de los
suburbios. Según el informe de la ONU, “el incremento de las personas sin
acceso al agua y al servicio sanitario en las áreas urbanas está directamente
relacionado con el rápido crecimiento de los barrios marginales en los países
en vías de desarrollo. Esta población, que se acercará a los 900 millones de
personas en el 2020, es más vulnerable al impacto de los fenómenos climáticos
extremos”.
Es necesario actuar, ¿pero cómo? Mientras científicos de la talla de
Stephen Hawking apuestan por “colonizar” otros planetas –afirma que dentro de
cien años la especie humana se enfrentará a la extinción debido al
“envejecimiento de un mundo amenazado por el aumento de habitantes y la
limitación de sus recursos”–, los menos catastrofistas optan por racionalizar
el consumo.
“Hay suficiente agua para satisfacer las crecientes necesidades del
mundo, pero no sin cambiar la manera de gestionarla”, sostiene el informe de
las Naciones Unidas, que, entre otras medidas, reclama un marco legal universal
para administrar este recurso de forma más equitativa y respetando los caudales
ecológicos.
Para Connor y Fereres, la clave está en ahorrar mediante sistemas de
regadío inteligentes y cultivos apropiados para cada región. En su opinión,
para considerar soluciones innovadoras como la extracción de agua del aire o la
obtención semillas que apenas necesiten riego faltan “entre 20 y 30 años de
investigación”. Maite Guardiola, a su vez, pone el acento en la reutilización
de las aguas residuales tratadas. Según esta experta, si se destinaran al
regadío, en España “supondría una reducción del 30% del agua destinada a la
agricultura”.
El catedrático Fereres defiende también un “cambio de dieta”, con
menos proteínas –un kilo de cerdo representa un consumo de tres kilos de grano–
como una forma “de reducir la demanda hídrica”. Y promueve una actitud
militante contra el agua embotellada: “La sociedad se gasta mucho dinero en
purificar el agua para que llegue a las casas de forma potable. Cuando voy al
restaurante pido una jarra del grifo”. Para Guardiola, “es triste que España
sea uno de los mayores consumidores. Su precio es de 500 a 1.000 veces superior
a la del grifo, sin mencionar el impacto ambiental del plástico y su
transporte”.
El actor Matt Damon trata de sensibilizar a la opinión pública con
acciones como volcarse un cubo de agua del váter mientras se dirige a la
cámara: “Para aquellos que, como mi mujer, creen que esto es asqueroso, pensad
que el agua de los inodoros de Occidente es más limpia que aquella a la que
tienen acceso la mayoría de las personas en los países en vías de desarrollo”.
A través de su oenegé Water.org, es de las pocas celebridades que combaten la
crisis del agua y las profundas desigualdades que acarrea.
En Sudán, una niña de 12 años dedica entre dos y cuatro horas diarias
a recoger y transportar sobre su cabeza apenas cinco litros de agua dulce para
su subsistencia, una cuarta parte de la cantidad (20 litros por persona y día)
que tanto la Organización Mundial de la Salud como Unicef juzgan suficientes
para cubrir las necesidades básicas. Mientras, en Canadá, una adolescente de la
misma edad consume entre 300 y 400 litros diarios…
“El agua no es lo bastante cara. Purificarla y canalizarla tiene un
coste mucho más elevado de lo que pagamos en la factura, por eso la gente no lo
aprecia”, reprocha Connor. En España, el consumo medio es de 142 litros por
persona al día, pero según Guardiola, se estima que, debido al mal estado de
las redes de abastecimiento, se pierde un promedio de un 17,5% del agua
suministrada. En Alemania, ese porcentaje se sitúa en el 5%.
De aplicarse, no está claro que
todas estas medidas compensen el incremento de la demanda. Un futuro sin agua,
en el que los humanos se ven obligados a abandonar la Tierra, como el que
predice la película de animación Wall.E, no está lejos del que
vislumbra Hawking. “Debemos anticiparnos a las amenazas y tener un plan B”,
insiste el famoso astrofísico. ¿Y por qué no cambiar el planeta azul por el
planeta rojo? Según un estudio de la Universidad de Nuevo México, Marte podría
tener grandes reservas de agua en su interior
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