viernes, 7 de marzo de 2014

Los almadieros y gancheros

Los almadieros y gancheros
El viejo oficio de almadiero es duro por definición propia. Pero, aquellos que lo han practicado, más por necesidad que por gusto, no dudan en afirmar que tiene algo de bello. Quizás sea por los aspectos que, desde la perspectiva actual, confieren a esta profesión rasgos de aventura, libertad e independencia y la asocian con hombres rudos y nobles. Hombres que, indudablemente, han crecido apegados a los Pirineos, tierra de la cual había que arrancar el sustento.

En cualquier caso, tal y como viene sucediendo desde el auge de la industrialización, el de almadiero también es un oficio en vías de extinción. El progreso, los pantanos y las carreteras han vaciado los ríos de troncos de hayas y pinos, han ensuciado las riberas con piedras que hacen imposible la navegación y han devuelto a estos hombres exclusivamente a terreno seco, eliminando aquella vieja condición de anfibios que les mantenía más dentro que sobre el agua entre noviembre y marzo. Condición a la que algunos se niegan a renunciar en el valle del Roncal, donde aún se sigue enseñando a los más jóvenes a construir y navegar almadías.












Pero, hoy, las almadías apenas recorren seis kilómetros por el río Esca cuando se lleva a cabo una exhibición. Pobre itinerario si se compara con la historia: desde la Edad Media hasta 1950, cuando se cerró el embalse de Yesa, las aguas de aquél transportaron troncos y hombres. Aunque, hasta 1750 solían ser aragonesas, de mercaderes de Hecho y Ansó, y, luego roncalesas.

La tarea del almadiero ocupaba un amplio proceso productivo, pues eran también los encargados de talar los árboles con sierra manuales y hachas, limpiarlos de ramas y corteza y arrastrarlos, con mulas, hasta la orilla del río. Allí, en los ataderos, se hacía la almadía, uniendo los maderos en plataformas de diez a quince troncos en cada tramo. La anchura de éstos estaba limitada por el cauce de los ríos: las del Roncal medían cuatro metros de ancho, mientras que, en Salazar, no pasaban de tres metros veinte centímetros. De longitud, los maderos eran docenes (4,8 metros), catorcenes (5,6 metros) y secenes (6,2 metros), pero no faltaban aguilones, ni postes de varios largos.

De la punta a la codas. Se elegían, sobre todo, pinos y abetos, a veces, mezclados con hayas, aunque éstas nunca iban solas, pues su densidad las permite emerger muy poco del agua. En dichas ocasiones, se disponía uno de haya por cada tres de pino. Los troncos eran atados con ramas de avellano maceradas que ofrecían elasticidad y resistencia a las fuertes tensiones que provocaba el trayecto. En el centro de la almadía, una especie de horquilla servía para colgar la ropa, la alforja y la bota de vino.
Rai catalán

En el primer tramo o de punta, se disponían catorcenes. En el segundo o tramo ropero, iban los docenes y los mayores quedaban para el tramo de cola o de coda. Los tramos tenían forma trapezoidal, es decir, eliminando los salientes en el sentido de la marcha, por lo que se armaban con la parte delgada hacia delante. Un ejemplo de proporción: un tramo de quince maderos disponía que de cada cinco iban cuatro de punta y uno de coda. El de punta, con la trasera arqueada, hacía de timón.
Una vez montados, los almadieros ahogaban o aguaban la madera, empujando los tramos con grandes trancas para deslizarlos sobre unos maderos que, previamente, disponían entre el atadero y el río, donde se ataban con sirgas, jarcias y argollas tres, cuatro o cinco tramos uno tras otro. Cuando se usaba el sistema de barreles, el tramo de punta se ataba con el ropero por tres puntos (uno central, muy robusto, y dos laterales, próximos, más delgados que el central). El resto, también se unían por tres puntos, pero los dos laterales iban en los extremos y eran más potentes que el central. Del mismo modo, la cabeza de la almadía llevaba dos remos y el tramo de coda, sólo uno.
Las almadías iniciaban el viaje con pocos tramos y dos almadieros, generalmente. Los roncaleses, desde el Matral, en el Esca, cerca de Venta Karrica, y los salacencos, en Usún, al salir de la Foz de Arbayún, reunían ocho o diez tramos con los que constituían media carga de madera. Pasado el Bocal de Tudela, en el Ebro, unían dos almadías, haciendo una carga de madera, por lo que llevaban más de un ropero.
Gancheros del Tajo

Sin embargo, poca era la ropa que se guardaba en aquel tramo. El traje de almadiero no era distinto del utilizado en los valles, destacando las albarcas y el espaldero de piel de cabra. Abrigados con esta zamarra, dos almadieros punteros se colocaban en la parte delantera, con sendos remos sujetos por testimaus (anillas de verga para sujetar los remos) que marcaban la dirección. Atrás, iba el codero con otro remo. Entre unos y otros, podían unirse hasta diez o doce tramos de troncos, mediante antocasa (vergas).
Sin números: las balsas corrían río abajo hasta el punto de destino en invierno y primavera, cuando el deshielo aumentaba el caudal de las aguas. La madera se empleaba en la construcción y, a fines del siglo XVIII, circularon por estos cauces más de veinte mil troncos al año.
Pero no todo era beneficio. Existían puntos de paso que encarecían la madera y se distinguían los de peaje (derecho sobre las mercancías), pontaje (derecho de los alcaides o señores al pasar la mercancía por un puente) o castillaje (derechos de los alcaides de los castillos). Además, se pagaban otras cantidades al paso por determinadas presas, pueblos y ciudades, llegando a pagar, en un viaje a Zaragoza, en unos veinte puntos. Para satisfacer estas cantidades se usaban reales de plata, aunque, también, podía pagarse con madera.
La abolición de los señoríos eliminó estas cargas, pero existían otras. El derecho foral eximía de impuestos a las almadías en Navarra, pero, en El Bocal, el Estado cobraba cuatro pesetas por media y cedía a los almadieros fuertes cuerdas. Por su parte, los maderistas salacencos tenían una Junta que reparaba los puertos y limpiaba el río en las zonas de peligro. Estas acciones se costeaban con el pago de un canon variable en función de la calidad de la carga y de las necesidades de la asociación. Un empleado de esta sociedad percibía el diez por ciento del total por contar los tramos, definir la clase de madera y el nombre del propietario a orillas del Salazar, cerca de Lumbier. Además, tras la reparación del puerto de la presa de Lumbier, realizado en 1930, los madereros salacencos se vieron obligados a pagar un peaje de dos reales por tramo en este punto, por fallo del Tribunal Supremo.
Los almadieros también contaban con un sistema de contabilidad propia y singular que destacaba por su ausencia de números. Preferían contabilizar la compra-venta mediante puntos y rayas en forma de cuadros. Así, cada raya y cada vértice formado por los lados del cuadrado valía por una unidad, es decir, un cuadrado equivalía a ocho maderos.
Diversos líos y pleitos llevaron a que las Cortes emitieran un informe, en 1817, para regular el tráfico almadiero y las condiciones de las almadías. Este informe aconsejaba usar los puertos entre noviembre y junio, prohibiéndose el paso durante el resto del año. También especificaba que los maderos debían atarse con vástagos de avellano y la almadía mediría, como máximo, nueve pies de ancho y sesenta de largo. El paso debía hacerse por el ojo mayor de los puentes y si los almadieros paraban debían dejar guardia. Por último, se ponían como modelo las presas del Canal Imperial y se establecía que la madera desmandada y suelta por el río era primo capienti, es decir, propiedad del primero que la cogiese, salvo en los casos de inundación. 

El ganchero, palabra recogida por el Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias, este recibe el nombre de la herramienta que maneja con sus manos, el gancho, varagancho o bichero, pértiga generalmente de avellano, terminada en un gancho doble, curvo para enganchar y pica para clavar en la madera. El gancho, de unos dos metros de longitud, al margen de enganchar la madera, servía al ganchero para mantener el equilibrio.


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